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BOQUERÓN

La última visita a la celda 614

La última visita a la celda 614

HERALDO recorre los pasillos y galerías de la antigua cárcel de Huesca, que cuenta los días para que la piqueta convierta en escombro 52 años de historia. En el solar se levantarán 160 pisos y un centro de salud.
Abandonada, mugrienta y fría, muy fría. La antigua cárcel de Huesca cuenta por fin los días para que la piqueta convierta en escombros más de medio siglo de historias personales y de episodios violentos que nunca se borrarán de la memoria oscense, como el sangriento motín que protagonizaron dos presos en 1991. En el solar se levantarán 160 viviendas y un nuevo centro de salud para el barrio del Perpetuo Socorro. El hedor de los excrementos de palomas invade todas las estancias, hoy en día desmanteladas ya que cualquier mueble, cancela o utensilio de lavandería o de cocina que pudo ser reciclado, se llevó a Zuera.
De la mano de un antiguo funcionario, HERALDO recorre los rincones de una prisión que se inauguró en noviembre de 1955 y que llegó a albergar a más de 300 presos, pese a tener solo un centenar de celdas. "No se podía poner el cartel de completo porque el resto de prisiones también estaban hacinadas" recuerda este trabajador. Lleva vacía casi 3 años, desde que se inauguró el Centro de Inserción Social para terceros grados, pero atravesar el portón principal de la cárcel sigue causando una profunda impresión.
El funcionario nos guía en primer lugar por el "rastrillo", un largo pasillo atravesado por seis puertas de seguridad dispuestas a modo de "búnker" para impedir cualquier intento de fuga. A los lados, oficinas ya sin vida en cuyo interior aún se conserva, por ejemplo, un armario con las llaves de todas las celdas ordenadas por colores. Un mural con una parrilla de San Lorenzo, la fuente de la Moreneta y la catedral, tres de los símbolos de la ciudad, rememora los cursillos que impartió en su día el pintor oscense Vicente Lacoma a algunos presos.
El viejo economato también está vacío. "Se vendía casi de todo menos alcohol. Ni siquiera colonia, porque algunos la utilizaban hasta para hacerse cubatas". En la enfermería, de hecho, aún está expuesta una lista de precios de 1998 de algunos de los productos: polvorones (19 pesetas), bolígrafos (23), Helados Ñam-Tricolor (79), fabada (285) o refrescos de cola (61), por ejemplo.
El final del "rastrillo" conduce a un puesto de vigilancia central con cristales blindados que servía de punto de unión de las tres galerías (de 36 celdas en cada una) dispuestas radialmente, en las que se distribuían los presos en base a su peligrosidad. A ellas se suman otra veintena de celdas "americanas" (las puertas son de barrotes de hierro), entre las cuales estaba el calabozo 614, la antigua celda de castigo que más tarde se destinó a los pesos con brotes psicóticos (la cama estaba anclada al suelo y el lavabo era macizo y empotrado a la pared para evitar que se autolesionaran).
La mayoría de las celdas eran estancias de unos 6 metros cuadrados con literas (aún quedan algunos colchones), un aseo y una estantería de obra. Además, cada una tenía un panel de corcho para colgar postales, fotos personales y de revistas… Aunque no se podían ensuciar las paredes, en una de las celdas todavía sigue el mensaje que un día dejó un preso: "Los muros de esta prisión no me harán pedir perdón nunca". El recluso de otro calabozo cercano prefirió refugiarse en la religión para pasar su condena pegando pasajes de la Biblia en la pared.
También llama la atención que las cadenas de las cisternas de las celdas y de cualquier aseo de la cárcel eran de madera. "Hubo que quitar todo objeto que pudiera ser susceptible de convertirse en un arma porque de cualquier cosa, hasta de un simple hueso, te hacían un pincho".
Los patios también han sufrido las consecuencias del paso del tiempo. Ahora los cubre una densa vegetación e incluso han crecido algunos árboles de forma casi inexplicable. Además, llaman la atención las verjas de más de 10 metros de altura que se colocaron en su día no tanto para evitar posibles fugas (las esquinas de los muros estaban lavadas para que resbalaran al intentar escalarlos), como para impedir que amigos y familiares de los presos arrojaran al interior objetos peligrosos y sobre todo droga. "Había señales muy curiosas. Un preso, por ejemplo, salía al patio con una naranja y cuando veía que los guardias no le observaban, la lanzaba al aire y en ese momento el que estaba fuera lanzaba la droga".
Otro de los rincones más emblemáticos de la prisión eran los locutorios de comunicaciones, quince cabinas donde los presos hablaban con sus familiares y también con sus abogados. Lo hacían a través de una rejilla que se comunicaba con la otra parte a través de un tubo metálico en forma de "U". "Había que tener mucho cuidado porque había gente que entraba alcohol a escondidas y mientras hablaban con el preso, echaban la bebida por la rejilla y al otro lado la aspiraban con una pajita y se ponían tibios en un momento", recuerda este funcionario. Al final del pasillo, una dependencia con sillones servía de antesala a una habitación con una cama de matrimonio donde se producían los contactos bis a bis.
En los viejos talleres, todavía sobreviven algunas obras artesanales que durante años realizaron los presos 7 horas al día: un panel de marquetería con un dibujo de Mickey Mouse para pirograbar, figuras de cerámica, balones de cuero... "Cuanto más ocupada está la gente en un lugar así, mejor para la convivencia".
Una decena de viejas mesas de madera continúan en el comedor. La cocina está casi desmantelada aunque aún hay algunas ollas y cacerolas industriales. "Al principio todos decían que comían bien, pero luego se volvía monótono porque es como si vas siempre al mismo restaurante a comer de menú del día". Este funcionario también subraya que el comedor era uno de los lugares más conflictivos de la prisión. "Si alguien pensaba protestar, siempre lo hacía aquí porque se encontraba más arropado", afirma.
En la despensa se conserva la llamada "bandeja de prueba", que disponía de varios recipientes para echar una porción de cada plato del día y que el director de la cárcel los probara antes de servirlos. Un folio pegado a la pared también recuerda la obligación que tenían los cocineros de guardar una muestra de cada comida durante tres días por si había alguna intoxicación alimentaria. Desde esta despensa se accede a un pequeño patio "donde en tiempos se hacía fuego los domingos para preparar una paella".
Para este antiguo funcionario de Huesca, las cárceles son "el reflejo de la sociedad". Reconoce que en sus más de 30 años de servicio, ha tenido muy pocas satisfacciones en el trato con los presos "porque ellos quieren es la libertad y eso no se lo puedes dar". A su juicio, un funcionario de prisiones debe ser ante todo "justo". "Si respetas sus derechos, la mayoría también te respetan a ti".

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