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BOQUERÓN

Pulseras para penados: No me siento atada

Pulseras para penados: No me siento atada

Una presa de Zuera en tercer grado pernocta en su casa gracias a que lleva en el tobillo un dispositivo telemático con el que la prisión puede verificar su paradero:

Es como la bola del presidiario de la era digital. Y Ana va con ella a todas partes, disimulada por las botas o tapada por el pantalón. Pero la tobillera, también conocida como medio telemático de control a distancia, es más ligera y discreta. Sobre todo, permite que el recluso que la lleva pueda hacer una vida casi totalmente normal, sin necesidad de volver a la cárcel todas las noches para dormir.

"Con la tobillera no me siento atada, aunque nunca la luciría en una piscina", reconoce Ana, de 39 años, que en el 2002 fue condenada a 2 años, 6 meses y un dia de prisión por un delito de revelación de datos personales. "Un vecino de mi casa en Zaragoza me acusó de quitarle las cartas que llegaban a su buzón y de tirarlas a la basura, y además me grabó con un vídeo casero", explica.

La sentencia se ejecutó en el 2006. Ana fue primero a la prisión de Soto del Real, en la comunidad de Madrid, quizá porque nació allí. Muy pronto, no obstante, fue destinada al centro penitenciario de Zuera, donde pasó cuatro meses y medio. "Después, la junta de tratamiento me concedió el tercer grado por unanimidad y pasé un año entero yendo a dormir al Centro de Inserción Social Las Trece Rosas de Torrero", cuenta Ana.

De esa forma, durante el día la reclusa podía cuidar de su hija menor de edad, atender a su madre, que está delicada, y trabajar.

Vida laboral y familiar

Concluido ese periodo de semilibertad, Instituciones Penitenciarias le concedió una tobillera que le permitía pernoctar en su nueva casa en un pueblo de la provincia de Zaragoza. El dispositivo, conectado a un receptor instalado en el teléfono fijo de su domicilio, la mantiene bajo control entre las 11 de la noche y las 7 de la mañana. En ese horario, Ana debe permanecer en su casa.

"Solamente me retrasé un día que saqué a pasear al perro, y el centro de control, que está en Madrid, enseguida se dio cuenta de la incidencia", recuerda.

Con todo, para ella la tobillera es "lo más parecido que existe a la libertad", ya que le ayuda a compaginar la vida laboral con la familiar y no se ve obligada a recorrer grandes distancias en automóvil para ir a pernoctar a la macrocárcel de Zuera.

"El dispositivo que llevo en el tobillo hace que el receptor adaptado al teléfono registre todas las veces que entro y salgo de casa, y he notado que al menos tres veces al día emite señales para comprobar si estoy donde tengo que estar", indica Ana, que todavía habrá de llevar la tobillera hasta el mes de febrero. Si todo va bien, entonces recibirá la libertad condicional, dado que habrá cumplido tres cuartas partes de la condena.

En los dos meses que hace que lleva el dispositivo electrónico adosado a la pierna ha podido comprobar que es imposible quitárselo. "Me he acostumbrado al chisme, pero a veces me parece algo pesado y habría momentos en que preferiría no tenerlo puesto, pues dicen que pita en algunos sitios, como los Juzgados, aunque no he podido comprobarlo", dice. También le asusta la posibilidad de que le pongan una multa de tráfico, algo que podría perjudicar su trabajo como representante comercial.

"Por una tontería"

"Lo peor de todo es que, tras mi paso por la cárcel, tengo antecedentes penitenciarios, y eso saldrá a relucir cada vez que me identifique la Guardia Civil de Tráfico o cualquier agente de la autoridad", lamenta Ana.

Y todo ello por cometer un hecho delictivo que, según ella, nunca debería haberla llevado a la cárcel. "En las prisiones en las que he estado se extrañaban de que hubiera acabado entre rejas por una tontería, por un simple enfrentamiento con un vecino que se dedicó a hacerme la vida imposible y que incluso llegó a acusarme de haberle cortado la luz", afirma.

Ana no tiene el perfil de un delincuente, pero ha pasado más de cuatro meses de su vida entre malhechores, "por un hecho que no se merecía una condena tan exagerada". En el módulo de mujeres de Zuera convivió con traficantes de droga, ladronas e incluso etarras. Con algunas llegó a intimar y de todas aprendió algo. También se enteró de que Zuera lleva mala fama entre la población reclusa, por la que circula el rumor de que es un centro donde las condiciones de internamiento son bastante duras.

"Aun así, yo me lo pasé muy bien en la cárcel y no puedo decir en absoluto que fuera una experiencia negativa", subraya Ana. "Llegué allí con mucho estrés, con muchos problemas, y me sentí bien acogida y arropada tanto por mis compañeras como por las funcionarias", asegura.

Por eso Ana guarda un buen recuerdo de la cárcel de Zuera, además de la tobillera. Pero ese espía pegado al cuerpo pronto será también un mero recuerdo.>El Periódico de Aragón - 18/11/2007 )

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