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BOQUERÓN

Japón inaugura la cárcel-geriátrico

8 de noviembre de 2007

Tokio adapta las prisiones con pañales para adultos, andadores y sillas de ruedas.

En la prisión japonesa de Onomichi los reclusos con demencia senil llevan colgado un cartel para que sus carceleros no olviden administrarles la medicina. En el penitenciario de alta seguridad de Fuchu, el bizcocho de arroz de Año Nuevo se corta en pedacitos para ayudar a deglutir a quienes no tienen dientes. En ninguna de las dos faltan los andadores, las sillas de ruedas ni los pañales para adultos. Una sociedad envejecida necesita acomodar todas sus estructuras a la forma de vida de los ancianos. Y Japón, que es el campeón mundial de la baja natalidad, está viéndose obligado a reformar hasta sus cárceles para asistir a una población que, de seguir a este ritmo, pasaría de los 127 millones actuales a tan sólo 64 en menos de cien años.

Casi todas las prisiones del país han habilitado ya pabellones para la tercera edad. Los ancianos, más de un 12% del total de presos, tienen normas y espacios diferentes. Por ejemplo, dedican sólo las tardes a actividades manuales poco fatigosas, mientras que el resto se dobla la espalda durante ocho o nueve horas de trabajos forzados.

Los mayores de 65 tampoco están obligados a marchar en formación y muchos reciben asistencia médica diaria. «Estamos adaptando las cárceles a un sector de la población más frágil psicológica y físicamente», explican las autoridades. «Recibimos un trato especial por ser ancianos», comenta un preso de 76 años, a quien se le suministra una dieta especial para controlar su diabetes y vive en una habitación individual con televisor, tatami y aseo.

Las autoridades penitenciarias están asustadas de lo que en un futuro podría llegar a costar mantener las cárceles. Los ancianos requieren más atenciones, son más caros que el resto y las estadísticas dicen que cada vez hay más entre rejas. Según el Ministerio de Justicia, la criminalidad entre los mayores de 65 años es un fenómeno que debería hacer reflexionar. Desde 2000 ha crecido a un ritmo del 160%, pasando de 17.942 a 46.637 crímenes. El resultado es que la proporción de ancianos en los penitenciarios ha pasado del 9,3 al 12,3%.
En la cárcel de alta seguridad de Fuchu empiezan a escasear ya los recursos de vigilancia. «Cuando alguno de los reclusos enferma gravemente y hay que llevarlo fuera, se requieren tres guardias que deben ir con él y vigilarlo. Eso es muy caro», asegura el director de la prisión.

El problema, dicen los medios japoneses, tiene otras aristas más allá de la proverbial baja natalidad del país. Y es que las cárceles envejecen incluso más rápido que la sociedad, algo que no ocurre en la mayoría de los países occidentales con problemas de natalidad. Así, mientras la población japonesa mayor de 60 anos aumentó en un 17% de 2000 a 2006, en las cárceles la subida fue del 87%, casi cinco veces más.

Los cuidadores de los centros penitenciarios tienen una explicación: están convencidos de que las cárceles empiezan a funcionar como asilos donde se recogen los desechos de una sociedad que se ha industrializado en un abrir y cerrar de ojos y donde las estructuras familiares tradicionales desaparecen. Muchos ancianos quedan sin recursos, desatendidos y solos. Y acaban metiéndose en problemas.

La reincidencia delictiva de los ancianos japoneses también es un récord. Algunos narran sin escrúpulos como disfrutaron de la libertad durante unos días y, cuando se cansaron de dar vueltas, «volvieron a casa» robando antes alguna tienda o marchándose de un restaurante sin pagar. «Hay muchos que tienen miedo de volver a la sociedad y prefieren seguir dentro», dice el vicedirector de la cárcel de Onomichi.

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